martes, 28 de enero de 2020

Krepuscólia se engalana

Hay lugares míticos,
sitios etéreos,
refugios del alma,
castillos protectores,
tierras de lucha.

Lugares de difícil acceso.
Lugares privilegiados.
Lugares que, en definitiva,
no son de este mundo.
Pertenecen al resguardo sagrado
de almas especiales.

Así es “Krepuscólia”.

Describirla no me resulta difícil,
no,
me resulta imposible.

Me es más fácil hablar de su gente,
su gentilicio,
su población permanente y flotante,
y, especialmente,
de su habitante supremo,
de su razón de ser:
Rita Krista.

A ella en vida no la conocí.
No era de este tiempo,
no era de esta tierra,
no me era permitido conocerla.
No estaba, ni está,
a mi alcance comprenderla.

Krepuscólia se fundó por ella.
Ella la pobló.
En ella colocó todos sus enseres,
todas sus huellas,
todas sus penas.
Ella, hasta ayer, sola la engalanó.

Y digo “hasta ayer”
pues Rita Krista, quizás,
fue la única habitante,
la única alma,
la única razón de ser de
Krepuscólia.

Pero como ya se lo imaginaran,
y sino se los digo,
Krepuscólia
estaba llamada a ser
Tierra de grandes”,
y ayer,
dolorosamente ayer,
tiene una nueva habitante.

Y disculpen mi fallo,
disculpen mi error,
pues cuando se habla de tierras de sueños,
cuando se habla de más allá del firmamento,
cuando se habla de parajes míticos
ninguna realidad es admitida,
ningún humano y prosaico dolor
tiene cabida.

Pero no me quiero justificar,
no,
tan solo voy a tratar
de explicar mi fallo.

Krepuscólia
fue creada, instaurada,
mantenida, amarrada,
amacigada y amalgamada
por el alma de un ser
sagrado,
de un ser sin tiempo y sin tierra,
básicamente,
un ser inmortal.

Esta barrera de dolor y amor
no permite la entrada de la razón,
no permite la entrada a vulgos seres,
en fin,
no me permite la entrada,
y de ahí mi respeto total.
Y eso lo asumí.

Pero...
y siempre hay un pero,
(creo que ya son muchos peros
y la otra Rita me va a regañar pues esto
no lo entiende nadie”)
yo soy normal,
por no decir vulgar,
y el dolor solo lo puedo disimular,
solo lo puedo contener
en una falsa fachada de roca,
que muy pocas veces,
casi nunca,
tiene una fisura por donde se logra escapar.

Y es dolor.
Y de ahí mi error,
mi abandono, momentáneo,
del etéreo paraje
por el racional sentir,

Y ya sin perdernos del mapa trazado,
de los caminos que nos conducen a
Krepuscólia,
recobremos la inicial andadura.

Krepuscólia tiene muchos seres,
gran cantidad de difusos personajes,
pero como ya hemos destacado
una sola razón de ser:
Rita Krista.

Krepuscólia se engalana.
Rita Krista remienda su mejor atuendo,
limpia el traspatio de su casa,
pone más leña al fogón
y tuesta sus mejores conchas.
Es un día muy especial.

Ayer todo cambió,
ayer el viejo peñero de remos
volvió a Krepuscólia,
tal como el día en que Rita Krista llegó,
y no venía solo.

Rita Krista estaba en la arena,
pues Krepuscólia,
como debe ser,
no tiene muelle.

Tenía prendida una fogata,
pero no como faro de guía,
no para darse calor.
Era una antorcha de gala,
una demostración de respeto
a su nueva compañera de andanzas.

Y así llegó el peñero,
y así su viajero entró
a la tierra que su eterno amor creó,
como refugio de Rita,
como tierra de lucha,
como encierro de almas,
como fuga de horror.

Y así, de las manos,
Rita Krista y Yubana
caminan sobre la arena blanquecina de
Krepuscólia.

Van hacia el firmamento,
van hacia el crepúsculo,
van hacia el refugio etéreo.

Ya no está entre nosotros,
ya no la podemos sufrir,
amar, abrazar...
Ya no pertenece a este mundo.

Ya está en Krepuscólia,
el divino lugar
que por ella se creó
y que ayer,
por ella se engalanó.



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