Hay
lugares míticos,
sitios
etéreos,
refugios
del alma,
castillos
protectores,
tierras
de lucha.
Lugares
de difícil acceso.
Lugares
privilegiados.
Lugares
que, en definitiva,
no
son de este mundo.
Pertenecen
al resguardo sagrado
de
almas especiales.
Así
es “Krepuscólia”.
Describirla
no me resulta difícil,
no,
me
resulta imposible.
Me
es más fácil hablar de su gente,
su
gentilicio,
su
población permanente y flotante,
y,
especialmente,
de
su habitante supremo,
de
su razón de ser:
Rita
Krista.
A
ella en vida no la conocí.
No
era de este tiempo,
no
era de esta tierra,
no
me era permitido conocerla.
No
estaba, ni está,
a
mi alcance comprenderla.
Krepuscólia
se fundó por ella.
Ella
la pobló.
En
ella colocó todos sus enseres,
todas
sus huellas,
todas
sus penas.
Ella,
hasta ayer, sola la engalanó.
Y
digo “hasta ayer”
pues
Rita Krista, quizás,
fue
la única habitante,
la
única alma,
la
única razón de ser de
Krepuscólia.
Pero
como ya se lo imaginaran,
y
sino se los digo,
Krepuscólia
estaba
llamada a ser
“Tierra
de grandes”,
y
ayer,
dolorosamente
ayer,
tiene
una nueva habitante.
Y
disculpen mi fallo,
disculpen
mi error,
pues
cuando se habla de tierras de sueños,
cuando
se habla de más allá del firmamento,
cuando
se habla de parajes míticos
ninguna
realidad es admitida,
ningún
humano y prosaico dolor
tiene
cabida.
Pero
no me quiero justificar,
no,
tan
solo voy a tratar
de
explicar mi fallo.
Krepuscólia
fue
creada, instaurada,
mantenida,
amarrada,
amacigada
y amalgamada
por
el alma de un ser
sagrado,
de
un ser sin tiempo y sin tierra,
básicamente,
un
ser inmortal.
Esta
barrera de dolor y amor
no
permite la entrada de la razón,
no
permite la entrada a vulgos seres,
en
fin,
no
me permite la entrada,
y
de ahí mi respeto total.
Y
eso lo asumí.
Pero...
y
siempre hay un pero,
(creo
que ya son muchos peros
y
la otra Rita me va a regañar pues esto
“no
lo entiende nadie”)
yo
soy normal,
por
no decir vulgar,
y
el dolor solo lo puedo disimular,
solo
lo puedo contener
en
una falsa fachada de roca,
que
muy pocas veces,
casi
nunca,
tiene
una fisura por donde se logra escapar.
Y
es dolor.
Y
de ahí mi error,
mi
abandono, momentáneo,
del
etéreo paraje
por
el racional sentir,
Y
ya sin perdernos del mapa trazado,
de
los caminos que nos conducen a
Krepuscólia,
recobremos
la inicial andadura.
Krepuscólia
tiene muchos seres,
gran
cantidad de difusos personajes,
pero
como ya hemos destacado
una
sola razón de ser:
Rita
Krista.
Krepuscólia
se engalana.
Rita
Krista remienda su mejor atuendo,
limpia
el traspatio de su casa,
pone
más leña al fogón
y
tuesta sus mejores conchas.
Es
un día muy especial.
Ayer
todo cambió,
ayer
el viejo peñero de remos
volvió
a Krepuscólia,
tal
como el día en que Rita Krista llegó,
y
no venía solo.
Rita
Krista estaba en la arena,
pues
Krepuscólia,
como
debe ser,
no
tiene muelle.
Tenía
prendida una fogata,
pero
no como faro de guía,
no
para darse calor.
Era
una antorcha de gala,
una
demostración de respeto
a
su nueva compañera de andanzas.
Y
así llegó el peñero,
y
así su viajero entró
a
la tierra que su eterno amor creó,
como
refugio de Rita,
como
tierra de lucha,
como
encierro de almas,
como
fuga de horror.
Y
así, de las manos,
Rita
Krista y Yubana
caminan
sobre la arena blanquecina de
Krepuscólia.
Van
hacia el firmamento,
van
hacia el crepúsculo,
van
hacia el refugio etéreo.
Ya
no está entre nosotros,
ya
no la podemos sufrir,
amar,
abrazar...
Ya
no pertenece a este mundo.
Ya
está en Krepuscólia,
el
divino lugar
que
por ella se creó
y
que ayer,
por
ella se engalanó.
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