jueves, 20 de marzo de 2014

Esa llama JAMÁS se apagará



Se prendió el monte, camarita
se prendió allá en Mucuritas,
lo prendió el catire Páez
en contra de las tropas reales,
y él con su grandiosa fuerza
acabó con aquella realeza;
entonces vino el padre primero,
el libertador supremo,
a darnos el sueño libertario
que debió ser milenario,
pero pudo más el oligarca
y el traidor de mala marca
para aplacar la llama,
para someternos a una maligna calma.
Y ardió esa llama en los llanos
ardió en silencio por años,
ardió como una brizna
esperando la llovizna
de lágrimas del pueblo humillado
por el cual tanto habían batallado.
Se creyó perdida esa gesta,
pero bastó una dura gresca
para que esa brizna silente
se transformase en fuego ardiente,
y fue el hombre del llano
quien nuevamente encendió su mano
para llevar adelante
la muy justa guerra reformante,
y fue ahí en Santa Inés
donde la llama ardió otra vez,
fue esta una guerra principal
comandada por un gallardo general,
pero nuevamente las aves,
esas negras y rapaces,
intentaron otra vez a la llama enmudecer
para así poder renacer
su régimen de odio y dolor
en contra de nuestro pueblo señor,
y fue así, camarita
como nuevamente la llama permaneció escondida.
Comenzaba un siglo nuevo
y hasta allá va nuestro cuento,
donde el último hombre a caballo
prendió de nuevo el llano,
regando a la llamarada
con su sudor, su sangre y su hombrada,
pero nuevamente pareció apagada
esa llama airada
que esperaría un llamada
de ese pueblo que tanto amaba.

Y fue así, camarita
que renació de nuevo la llama bravía,
que ardió y se convirtió en hombre
aquel del grandioso nombre,
y fue en un febrero cualquiera
en donde nació aquella fiera,
prócer, líder y hermano
del que siempre fue humillado,
y fue así, camarita
como aquella llama bendita
que en los llanos ardía quietita
se propagó por toda la patria bonita,
ardió en gritos de redención,
ardió en gritos de bendición,
y con la fuerza libertadora
de aquella llama iniciadora
completó así la gran faena,
aquella que siempre valdrá la pena,
aquella de libertar
a un pueblo que se ha de amar,
aquella de entregar
la vida por un ideal.
Amaba muy hondo la historia,
la guardaba casi toda en su memoria,
por él nuestro pasado supimos,
aunque en los libros, ahí, lo teníamos,
claro, mal escrito
y muy oculto,
no interesaba al oscuro poder
todo este necesario saber,
y fue gracias a que nuestro gran líder
era un gran amante del leer
que pudimos aprender
nuestro verdadero recorrer.
Nos recordaba a diario
a nuestro pueblo originario
para que el hombre de a pie
nunca olvidara quién fue.
Era cantante recio y llanero
de coplas de gran señoreo,
era, sin duda, una flama
que a la poesía engalana
con su eterno evocar,
con su diáfano recitar,
era ese mismo fuego presente
en el poema al catire ausente,
ese recuerdo perenne
a las venas de un continente latente,
esa llama que salta
entre las letras de aquel poema
donde Florentino luchara
con el Diablo en la cañada,
en aquellos llanos inmensos
de aquella su tierra de sueños,
era ese ardimiento
que este hombre siempre llevó por dentro
el que lo hizo amar,
como un héroe sin par,
a su pueblo más pobre
y a la literatura más noble,
noble en sentimientos,
noble en sufrimientos,
noble en contar la verdad,
de manera cruda y real,
del sufrimiento total
de nuestros pueblos en general.

Y fue así, camarita
como en una tarde maldita
el fuego casi se apagó
y el llanto se nos ahogó
en un dolor muy humano
por la muerte de nuestro hermano,
pero no se equivoque, compadre
que ese que es nuestro padre
nunca fue de carne y hueso,
fue siempre un poseso
de ese fuego sagrado
que a todos nos ha entregado,
y es que ahora ese fuego
está en su legado eterno,
que es vasto y muy humano,
porque es el fuego incrustado
en el alma de todo venezolano
que con su amor él se ha ganado.
No, camarita querido,
ese fuego está muy prendido
en el hombre que va al trabajo,
en el jornalero a destajo,
en el doctor afanoso,
en el ingeniero ingenioso,
en el conuquero brioso,
en el militar glorioso,
pues no hay gesta más grande
ni legado más rutilante
que ser la llama andante
de su pueblo galante,
de ser la luz que nos da el faro
que el futuro rumbo nos deja claro,
que ser la claridad
que al libro le da majestad,
que ser la metáfora final
de aquel poema genial,
no, camarita, cará,
esa llama JAMÁS se apagará.







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