El mundo se destruye en silencio.
Silencio de Hiroshima y Nagasaki,
cuando en un segundo estruendoso se creó el más espantoso vacío.
Silencio de Auschwitz y Birkenau,
donde en celdas de concreto gases celestiales ahogaban los gemidos
penitentes.
Silencio de las estepas rusas donde la
asesina tenaza abraza almas coterráneas.
Silencio de la espesura africana donde
el color rige la vida y la vida se acaba en pasión.
Silencio el chileno, argentino y
uruguayo donde el rítmico paso de las botas ahogan miles de
gargantas en un cruel sollozo.
Silencio el del paso triste y doloroso
del expulsado, del mal querido, del sin patria, del eterno refugiado
sin voto ni voz.
Silencio del trabajo capital que te
exprime el cuerpo sin parar y desecha tu alma en un falso manantial.
Y al final, el más espantoso de todos
los silencios: el nuestro.
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